Con todo el revuelo que
causó la masiva evasión del metro ante el aumento de 30 pesos por pasaje
y el posterior movimiento social por otras demandas arrastradas hace
más de 30 años, que sirvieron de excusa y oportunidad perfecta para que
vándalos y delincuentes aprovecharan de hacer lo que mejor
saben; se dejaron de lado algunas noticias blandas que surgieron
poco antes de que estallara este revuelo dramático que tiene a todo un país
dividido y molesto. Una de estas es que la plataforma por streaming más
popular en internet, “Spotify”, lanzó una cifra que me dejó
boquiabierta. Según la aplicación, Santiago de Chile es la ciudad
donde se escucha más reggaetón en el mundo.
Se reproducen unos
400 millones mensuales de canciones de este género superando casi por el doble
a la ciudad de México, la segunda con estas preferencias. ¿Es broma?
Pues no, y es por eso que enterarme de esta tamaña realidad me resultó
tragicómico considerando que generalmente es común escuchar que la palabra
“reggaetón” genera repudio “de la boca para afuera” a muchos ¿Cómo puedes
escuchar esa basura? ¡Eso no es música! ¿Cómo es posible que haya
decaído tanto la calidad musical? ¡Qué manera de cosificar y denigrar a la
mujer! Y un largo bla bla bla.
Convengamos
en algo, según una de las definiciones de la Real Academia Española
de la Lengua (RAE) música es el “arte de combinar los sonidos de la voz humana
o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan
deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente”. Si mi
comprensión lectora no me falla, no le veo el problema a considerar al género
como música si con sus ritmos y letras de despecho, amor, erotismo y
entretención les provocan “deleite” a sus audiencias. Reconozco, eso sí, que su
contenido es cada vez menos “romántico” y a veces bastante vulgar, que es lo
que reclaman muchos junto con condenarlas por ser extremadamente
machistas y denigrar a las mujeres, sin embargo, no se puede negar que resulta
para varios de ellos, un placer culpable.
Lo maravilloso que tiene
la música es que es un arte que puede transportarnos al evocar momentos que nos
alegran o entristecen dependiendo de la ocasión y así me define mi estilo,
escucho de todo según mi estado de ánimo. Me acompaña a diario y es
cómplice de mis experiencias y emociones. Si una vez al mes tengo ganas de llorar
escucho las típicas baladas “cebolleras” y “corta venas” en inglés o español
porque me inspiran, es como una especie de masoquismo que me permite
desahogarme, llorar un poco y aquí no ha pasado nada: de vuelta al curso normal
de mi rutina. Para trabajar y escribir, por otro lado, me
agrada la música clásica y hasta escucho playlist de
meditación cuando no puedo dormir. Si me despierto motivada y con las pilas
puestas me creo la “Cenicienta” haciendo aseo, fantaseando con mi
escobillón de micrófono y coreando clásicos latinos de Ana Gabriel,
Vicky Carr, Rocío Durcal, entre otros; ¡ups! Caída de carnet magistral.
Siguiendo con mis gustos
musicales, debo confesar que muchas veces cuando se acerca el viernes no sólo
mi cuerpo lo sabe sino también mis listas de reproducción con los temas de
reggaetón más populares. Ese es el momento en que me siento como la mona lisa,
inalcanzable y amazónica; bendecida, como Paloma Mami. Lo admito y
qué. Sí, he “perreado” muchas veces y qué. He intentado hacer el famoso “twerking”
con resultados no muy alentadores pero siempre digna. Y no me siento menos
mujer ni sometida a un sistema heteronormado que me ve como un
objeto. Cada quien sabe lo que hace y cómo se siente con
ello. Un par de veces estando ebria he jurado que bailé
como las diosas cuando en verdad hice un reverendo ridículo pero no por
eso me he sentido “una bellaca más
acicalá perreando hasta la baldosa”.
Por supuesto que
reconozco la calidad vocal de muchos cantantes célebres a nivel mundial y sé
distinguir cuando hay talento y cuando no. Claramente no hay punto de
comparación entre ellos y los mayores exponentes del género aludido. Sin
embargo, no se puede desconocer que hoy en día con tantos avances tecnológicos
lo que se premia es la producción más que la calidad de la música y
en ese sentido quiéranlo o no, el reggaetón es lo que más vende.
No es mi afán
generalizar y pretender que a todo el mundo le guste el “reggaetón” pues
claramente debe haber personas a quienes en verdad no les agrada. Tampoco busco
criticar a aquellos que despotrican en contra de esta música porque yo misma
estuve en ese lado de la moneda alguna vez, por quedar bien, claro; por ese
estúpido miedo que tienen muchos al “qué dirán”. Afortunadamente maduré y
aprendí a ser honesta primero conmigo misma. Lo que en verdad me
molesta es que lo nieguen cuando efectivamente en algún momento lo han
disfrutado.
Lo más probable es
que muchos de ustedes han escuchado y coreado a todo pulmón este ritmo en la
ducha, han fantaseado frente al espejo o han ido conduciendo su automóvil con
los vidrios abajo y con su equipo de sonido a todo lo que da
creyéndose protagonistas de un video musical, pero claro, no son capaces de
reconocerlo cuando están en “sociedad” ni gritarlo al mundo entero y no los
culpo, es parte del reconocido doble estándar chileno al que me he referido en
otras oportunidades. Bienvenidos a Chile, el país de las apariencias, donde
eres más “bacán” si tienes un estándar de vida en lo cultural y económico más
alto que el resto, el cual demuestras vanagloriándote de lo que comes, de dónde
vacacionas, dónde tomas un simple café, qué auto tienes y qué estilo musical
escuchas o al menos, el que aparentas seguir; y después se llenan la
boca hablando de la igualdad, en fin.
De seguro más de alguno se
siente ofendido con mis palabras pero es mi apreciación, ¡con respeto!
claro. De todas formas ¿Cómo se me ocurre pensar esto si obviamente
no cabría en sus mentes intelectuales caer tan bajo? Pero
bueno, en gustos no hay nada escrito y en temas artísticos con mayor
razón. La verdad es que me paso de mal hablada con
justa razón, claramente su bagaje musical debe estar plagado de melodías
clásicas, mínimo la colección completa de Beethoven o Mozart solo por nombrar
algunos.
Vamos, no seamos
graves. No vas a ser menos intelectual o respetable cuando al
escuchar una canción “oreja” tu cuerpo pase a emanciparse de tu cabeza al
automáticamente ponerte a bailar. Al menos yo no me
siento menos “señorita”, digna o empoderada por caer ante la tentación de menear
mi esqueleto al ritmo del clásico “gasolina” o el repetido “despacito” de Luis
Fonsi. Además la ropa, la apariencia y la música no te definen; si fuera por
eso no se verían metaleros con globos y peluches en las calles para
los 14 de febrero o el “reggae” sería solo para quienes consumen marihuana y la
ven como un estilo de vida; a mí me encanta ese género y no soy muy
amiga de la "bless” que digamos.
No obstante la ironía
anterior, lamento tirarles por la borda su visión segura de sí mismos pues las
cifras hablan por sí solas. No soy yo, créanme. Lo afirma la versión pagada de
“Spotify”, esa que no te limita a escuchar tu lista en modo aleatorio ni te
obliga a aguantar cinco minutos de anuncios desagradables cada 20 sin
interrupción de tus temas favoritos. Dejando de lado las bromas y centrándome
en la realidad ¿Qué es lo que tiene este género que gusta tanto a una gran masa
de personas aunque no lo reconozcan? Remontándonos a su origen, podemos decir
que surgió de dos estilos musicales pegajosos e igual de populares como lo son
el “reggae” jamaicano y el “hip hop” estadounidense, comenzando en
Panamá y adquiriendo mayor desarrollo en Puerto Rico en la década de los
90. Con esto, resulta fácil entender que la fusión entre estos
ritmos tendría un prometedor augurio.
Recordemos
que a Chile llegó hace unos 17 años a arrasar con las discotecas y
a arrebatarle el trono al en ese entonces popularísimo ritmo “Axé”
que revolucionó, sobre todo, a los adolescentes de la época; tanto que
los millenials como yo nos sabíamos todas sus coreografías
aprendidas del famoso y extinto programa juvenil “Mekano” ¿Pero el
“perreo”? Definitivamente este ritmo ha superado todos los límites y
llegó para quedarse indefinidamente. En vez de desaparecer de manera
paulatina como otros ya lo han hecho, ha
ido evolucionando en sus estilos y crece cada vez más cual si fuera
una plaga. El “trap”, por ejemplo, que si bien nació hace
unos 20 años influenciado igualmente por el hip hop, hoy ha tomado mucha fuerza
principalmente por su volatilidad; el hecho de tener ritmos variados y una
estética sombría sumado a sus letras cargadas de pandillas, drogas y excesos lo
hace un género igualmente bullado.
Es
necesario enfatizar en que lamentablemente mi Chilito querido no es un país que
se destaque por una industria musical muy próspera ni por contar con grandes
sellos discográficos. Si bien contamos con artistas y cantantes destacados en
la música popular, tampoco somos un país que desarrolle el folclore como México
o Argentina, por ejemplo. Con suerte se puede escuchar música tradicional en
fondas una vez año, donde por cierto reina el género del cual trata este
artículo. Es un tema cultural; somos importadores de
estilos y gustos y la música no es la excepción; siempre preferimos lo
extranjero por sobre lo propio. No por nada dicen que “nadie es profeta en su
propia tierra” y así lo prueba la historia con Gabriela Mistral, por ejemplo,
quien recibió el Premio Nacional de Literatura cinco años después de ganar el
Nobel. Mon Laferte, la ex chica rojo Montserrat Bustamante, por su parte, tuvo
que echar raíces en la tierra del tequila y las rancheras para poder mostrar su
verdadero estilo y sacarle partido a su voz y talento.
Antes de concluir,
quiero recordar la polémica surgida hace unos meses por parte de algunos
exponentes de reggaetón que protestaron en sus redes sociales por no haber sido
nominados al Latin Grammy 2019 y la posterior burla de algunos cantantes
nacionales que respondieron con memes denostando la calidad de estos artistas
con mensajes como “con autotune no hay Grammy”., por ejemplo.
Independiente de que tengan razón respecto a la calidad vocal, no es grato que
entre ellos mismos se miren en menos. Además, duela a quien le duela
son más exitosos, populares y famosos que muchos de los que se han mofado. Una
por otra.
No se puede negar que
el gusto por esta música es transversal a pesar de que muchos
renieguen de ello. Si bien tiene un origen en sectores marginales hoy llega a
todos por igual y hay que aceptarlo. Por mi parte tengo reparos en que niños
pequeños que muchas veces no entienden lo que dicen las canciones pero se las
saben de memoria, tengan acceso a letras y bailes erotizados antes de tiempo,
pero ante un mundo globalizado y de fácil alcance a la tecnología e internet no
es mucho lo que se puede hacer para controlarlo.
Como reflexión creo que
“si no puedes contra ellos, úneteles”, es la consigna que han seguido muchos
artistas populares que se han rendido ante el éxito del reggaetón y han visto es
las colaboraciones oportunidades de dar un giro a sus carreras y aumentar sus
ventas para mantenerse a la vanguardia y conservar su fama. Ricky Martin, Luis
Fonsi, Shakira, Jessy y Joy, Thalía e incluso Maroon 5 por nombrar
algunos, han cedido ante el triunfo avasallador de este ritmo. Así como hay que
aprender a vivir en sociedad y respetar formas de ser y de pensar muy variadas,
habrá también que acostumbrarse a convivir con estilos musicales
distintos ya que en teoría aún tenemos democracia, así que a hacerse la idea de
que el reggaetón que tanto odian pero igualmente prefieren al momento de elegir
qué escuchar, reina en la actualidad, al menos que crean que “Spotify” también
miente.