“Ahora la virginidad es una cosa medieval”. Popular
frase que acuñó el exitoso grupo roquero chileno “Los Prisioneros” en su tan
bullado éxito “Sexo”, hace más de 20 años. Pero, ¿qué tan acertadas son estas
palabras? Si bien estamos en el siglo XXI y la época en la que abundaban las solicitadas
doncellas quedó atrás; aún hay personas, sobre todo, mujeres, que valorizan y
cuidan esta condición de “pureza”. Para qué hablar de los hombres que, aunque
aparenten ser modernos, la mayoría tiene en el fondo rasgos machistas: podrán
“sabérselas por libro” pero siempre esperan que su mujer sea una santa-al menos
en Chile sigue siendo así-. Paradójico.
Pero el tema que nos convoca no es principalmente la virginidad, o
castidad en el caso de los varones, más bien; en cómo se enfrenta el comienzo
de la etapa sexual en la sociedad. ¿Existe una edad ideal para la iniciación?
¿Es preferible esconder la verdad de cómo vienen los bebés al mundo hasta la
pubertad y antes de ello contarles a sus hijos el mito de la abejita o la
cigüeña? ¿Es sano que aún existan padres para los cuales el sexo es una palabra
prohibida? ¿Se debe hablar en familia de la sexualidad sin tapujos y con
transparencia? ¿Ser estrictos y poco permisivos como padres es la solución al
problema? Lo anterior ¿evita que los niños cometan errores por actuar como
adultos sin serlo?
Hace ya
algunos años se daba, al menos en mi país, que las muchachas de bien- y con
ello me refiero a una condición económica acomodada- de familias conservadoras
y extremadamente católicas, experimentaban de todo antes de casarse, excepto el
coito mismo. Y por ello, seguían manteniendo “la flor” intacta, a su parecer.
Por el contrario, en sectores más humildes eran comunes los embarazos adolescentes,
incluso en la actualidad; aunque gracias a incansables campañas de protección
sexual que han promulgado los gobiernos, se ha disminuido considerablemente la
cifra.
Mi punto no
es comentar respecto de una falta de educación sexual y la gran brecha social
que existe entre ricos y pobres, pues sería más de lo mismo: repetitivo y
cliché. Más bien, insisto, me interesa abordar el dilema social que existe en
mi país y otros; igualmente muy distantes del alocado estilo europeo, respecto
de cómo enfrentar el debut sexual cada vez más precoz en los niños y
adolescentes.
En lo
particular, vengo de una familia conservadora, tanto por parte de mi madre como
de mi padre. Sin embargo, he tenido la suerte de que quien me parió me ha
preparado para enfrentar la vida en todos los aspectos, por lo cual, en mi casa
el sexo jamás fue un tema tabú. En gran parte gracias a ello, soy dueña de una
personalidad que me ha permitido tener claritas las cosas desde pequeña.
Pero
lamentablemente no todos tenemos esa suerte. Tuve amigas y compañeras de
colegio que pertenecían a hogares en donde no se podía ni nombrar el miembro
sexual masculino. Tal cual, algunas de ellas fueron educadas tan “chapadas a la
antigua”, que ni si quiera tenían permiso de pololear a los 15 años. Grave
error, es que aún hay gente que cree que negándoles a los púberes y
adolescentes la posibilidad de vivir experiencias propias de su edad, pueden
evitar que sus hijos se tropiecen con mil piedras en el camino. No, pues tal
como siempre me dijo mi madre, “lo prohibido es lo más querido”. Además, por
más que nos digan que si pasamos por un camino “X” nos vamos a caer, el ser
humano es terco y siempre va a querer vivir su propia experiencia; aunque por
ello termine todo moreteado y sin dientes.
Lo anterior
puede generar distintos perfiles en los niños, sobre todo, en las mujeres,
víctimas de una sociedad y cultura machistas _a pesar que con el tiempo las
protestas feministas han hecho lo suyo para disminuir en algún sentido estas
creencias_ Lo primero, es que pueden crecer traumadas e incapaces de
enfrentarse al mundo y al sexo opuesto, pecar de ingenuas y terminar por
acostarse con el primer hombre que les promete amor eterno; segundo, se revelan
y hacen de las fiestas, el alcohol, las drogas y el sexo una filosofía de vida.
Está bien, nunca tan extremo, pero pasa. Conocí chicas que vivieron algo
similar al primer caso y también otras que se desbandaron hasta el punto de ser
catalogadas con el típico y literal concepto de “tiras calzón”, o bien, “que
les gusta reírse en la fila”, para ser más suave y no herir
susceptibilidades.
Y no crean que se estaba pasando por alto el último
de mi lista, pero por supuesto no menos importante. Digamos que existe un
cierto rasgo que podría ser considerado, al menos para mí, como el peor de
todos, al que llamaremos: “Factor Mojigatería”. Así es, aquellas niñitas que se
hacen las santas delante de sus padres y cuando no están en casa se vuelven
“loquitas”. Las mismas que aparentemente “no quiebran un huevo y lo hacen por
docena” “las que no matan ni una mosca” y son asesinas a sueldo. Está bien lo
admito, de vez en cuando exagero, pero no pueden negar que lo anterior, aunque
extremo, tiene mucho de cierto. En lo personal, prefiero ir de frente por la
vida y ser auténtica, aunque a veces se mal interprete y terminen ellas “libres
de polvo y paja”, a pesar de que son quienes realmente andan haciendo de las
suyas.
En fin, estos
perfiles se deben en gran parte a la formación y crianza que se les da a muchos
adolescentes en distintos tipos de situaciones: hogares en los que no se
conversan las cosas, autoritarios y dictatoriales, con padres que no entregan
la confianza que sus hijos necesitan; no los escuchan, le dan prioridad al
trabajo y privilegian su rol proveedor más que el de educadores, etc. Pasa
mucho también que se les otorga esta responsabilidad directa y exclusivamente a
los colegios, cuando la principal guía que debe existir parte en la misma casa.
Pero bueno, no los culpo, por el contrario, cada hogar es un mundo distinto y
no somos quiénes para juzgar si un jefe de hogar antepone la estabilidad
económica de su gente antes que darse tiempo de calidad para conversar con
ellos de lo que sea, la inmortalidad del cangrejo, por ejemplo…
Es verdad que
a nadie se le enseña a ser padres y en mi caso aún no tengo la experiencia de
serlo, no obstante, ante esta difícil misión muchas veces se opta por los
extremos que como dicen, nunca son buenos: O son demasiado estrictos o muy
permisivos llegando a confundirse en este último caso la libertad con el
libertinaje. Por lo tanto, como todo en la vida, pienso que en los puntos
medios está la clave. Dar y recibir por parte de los padres y de los hijos: Así
como exigimos derechos también debemos cumplir con deberes; esto es ley para
cualquier tipo de convivencia.
Ser comprensivos, pero también exigirles a sus hijos y enseñarles que
“las cosas y los permisos se ganan”. Jamás “dar hasta que duela”. La frase
célebre del padre Hurtado no califica para estos casos, como bien dice Franco
de Vita en uno de sus tantos éxitos: “No basta porque cuando quiso hablarte de
sexo, se te subieron los colores al rostro y te fuiste”. Fuerte pero real.
Pasando a
otro punto. ¿Existe o no una edad adecuada para comenzar una vida sexual
activa? Biológicamente, el ser humano termina la etapa de desarrollo cien por
ciento a los 21 años. Ahora bien, si tomamos lo anterior como condicionante
disminuiría la natalidad y el uso de anticonceptivos significativamente,
además, de que por la cualidad que tiene el hombre de ser un “ser sexuado”
desde que nace, esto sería prácticamente imposible. Es claro que el común de la
gente a esa edad lleva como cinco años de “carrete” en el cuerpo sino más. Sin
embargo, se puede considerar más aceptable que esto ocurra en la mayoría de
edad (18). Esto, por lo general, puesto que el riesgo de ser padres al mismo
tiempo que van al colegio y de que, por ende, existan “niños criando niños”, es
menor.
En todo
caso, según he escuchado a algunos médicos, la mayoría de edad universal (21)
es la etapa en la que las hormonas han concluido eficazmente su desarrollo, por
lo que es más loable poder disfrutar de una sexualidad sana y plena. Al menos,
si de un ideal se trata. Lo sé, resulta utópico en estos tiempos, y ahí voy de
nuevo con mis frases populares: “La esperanza es lo último que se pierde”.
Siguiendo en
la misma línea, lo realmente preocupante, al menos para mí, es la incorrecta
percepción que se tiene de que a partir de la edad núbil los niños están
preparados fisiológicamente para tener relaciones sexuales ¡Dios mío dame
paciencia por favor! Muchas niñas menstrúan por primera vez antes de los doce,
y no por eso están en condiciones de jugar al matrimonio “Barbie y Kent” en
persona con sus amiguitos de barrio o escuela. En el caso de los niños, el
primer sueño húmedo o su primera erección se dan aproximadamente a los 11 o 12
años. ¿Y por eso están preparados para intimar? Por favor, si con suerte les
está comenzando a salir vello púbico. No se debe confundir que, porque ahora
las niñas desarrollan sus curvas de mujer más temprano que en años pasados
debido a las hormonas que les inyectan a los pollos o simplemente por una
acelerada evolución biológica, significa que por ello se adelanta también su madurez,
es más, se pueden ver como mujeres por fuera, pero siguen siendo niñas por
dentro.
Aunque suene
chistoso. La realidad es así. Cada vez es más común que los niños dejen de lado
los juguetes, computadoras o video juegos por el placer de tener sexo. Claro,
si es que se puede llamar placer a lo que surge de este experimento que hacen
con sus cuerpos recién en desarrollo. Y bueno, esto se debe en parte a la
globalización, la tecnología, lo que muestra la televisión, el destape de los
medios de comunicación, etc. Es verdad que los tiempos han cambiado y lo
seguirán haciendo, pero no por eso se deben justificar tales acciones.
Y no sólo me
refiero a que son muy pequeños para tener ese tipo de relaciones sino a que la
“primera vez” puede marcar para siempre la vida sexual de una persona. Sobre
todo, en el caso de las niñas que pierden su virginidad a tan corta edad. Según
algunos estudios de psicología infantil que he leído, a la mayoría de ellas les
costará mucho tener relaciones sexuales plenas o conocer lo que en verdad es un
orgasmo. Cómo no si casi siempre sus primeras experiencias han sido a la
rápida, siendo inexpertas, por lo que generalmente terminan confundidas y no
son capaces de asimilar lo que hacen. Muchas veces debido a su inocencia caen
víctimas de la absurda “prueba del amor”.
Con los niños
sucede lo mismo, a pesar de que no ven la castidad con igual importancia o
sentimentalismo que las niñas dada su naturaleza más carnal, también ocurre en
algunos casos que cuando crecen se dan cuenta del error que cometieron y se
arrepienten por haber actuado de manera precipitada, cuando conocen el amor o
comienzan una relación importante, por ejemplo.
En
conclusión, hacer del sexo, algo tan natural e inherente al hombre, un tema
tabú es un error. El hablar con transparencia puede disminuir esa curiosidad de
probar lo desconocido o de enterarse por terceros de la realidad, cuando muchas
veces resulta peor. Qué mejor que los hijos tengan las cosas claras y si llegan
a cometer errores lo hagan a sabiendas de los riesgos que ello implica. Si
“meten las patas” no podrán culpar a los padres por no haberles informado y
tendrán que saber responder, si la ocasión lo amerita, por hacer “cosas de
grandes” precipitadamente. Si esto ocurre a pesar de haberles brindado a sus
hijos esa ansiada confianza, no se cuestionen, por algo Dios le dio al hombre
libre albedrío. Finalmente, todos somos distintos, personas únicas e
irrepetibles, que venimos al mundo para vivir nuestras propias experiencias las
que, por cierto, y por una serie de realidades y contextos distintos, jamás
serán iguales a las de los demás.
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