viernes, 22 de noviembre de 2019

Reggaetón: El placer culpable más escuchado en Spotify




Con todo el revuelo que causó la masiva evasión del metro ante el aumento de 30 pesos por pasaje y  el posterior movimiento social por otras demandas arrastradas hace más de 30 años, que sirvieron de excusa y oportunidad perfecta para que  vándalos y  delincuentes aprovecharan de hacer lo que mejor saben;  se dejaron de lado algunas noticias blandas que surgieron poco antes de que estallara este revuelo dramático que tiene a todo un país dividido y molesto. Una de estas es que la plataforma por streaming más popular en internet, “Spotify”, lanzó una cifra que me dejó boquiabierta.  Según la aplicación, Santiago de Chile es la ciudad donde se escucha más reggaetón en el mundo.
 Se reproducen unos 400 millones mensuales de canciones de este género superando casi por el doble a la ciudad de México,  la segunda con estas preferencias. ¿Es broma? Pues no, y es por eso que enterarme de esta tamaña realidad me resultó tragicómico considerando que generalmente es común escuchar que la palabra “reggaetón” genera repudio “de la boca para afuera” a muchos ¿Cómo puedes escuchar esa  basura? ¡Eso no es música! ¿Cómo es posible que haya decaído tanto la calidad musical? ¡Qué manera de cosificar y denigrar a la mujer! Y un largo bla bla bla.
                Convengamos en algo,  según una de las definiciones de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) música es el “arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente”. Si mi comprensión lectora no me falla, no le veo el problema a considerar al género como música si con sus ritmos y letras de despecho, amor, erotismo y entretención les provocan “deleite” a sus audiencias. Reconozco, eso sí, que su contenido es cada vez menos “romántico” y a veces bastante vulgar, que es lo que reclaman muchos junto con  condenarlas por ser extremadamente machistas y denigrar a las mujeres, sin embargo, no se puede negar que resulta para varios de ellos, un placer culpable.
Lo maravilloso que tiene la música es que es un arte que puede transportarnos al evocar momentos que nos alegran o entristecen dependiendo de la ocasión y así me define mi estilo, escucho de todo según  mi estado de ánimo. Me acompaña a diario y es cómplice de mis experiencias y emociones. Si una vez al mes tengo ganas de llorar escucho las típicas baladas “cebolleras” y “corta venas” en inglés o español porque me inspiran, es como una especie de masoquismo que me permite desahogarme, llorar un poco y aquí no ha pasado nada: de vuelta al curso normal de mi rutina.  Para trabajar y escribir, por otro lado,  me agrada la música clásica y hasta escucho playlist de meditación cuando no puedo dormir. Si me despierto motivada y con las pilas puestas me creo la “Cenicienta” haciendo aseo,  fantaseando con mi escobillón de micrófono  y coreando clásicos latinos de Ana Gabriel, Vicky Carr, Rocío Durcal, entre otros; ¡ups! Caída de carnet magistral.
Siguiendo con mis gustos musicales, debo confesar que muchas veces cuando se acerca el viernes no sólo mi cuerpo lo sabe sino también mis listas de reproducción con los temas de reggaetón más populares. Ese es el momento en que me siento como la mona lisa, inalcanzable y amazónica;  bendecida, como Paloma Mami. Lo admito y qué. Sí, he “perreado” muchas veces y qué. He intentado hacer el famoso “twerking” con resultados no muy alentadores pero siempre digna. Y no me siento menos mujer ni sometida a un sistema heteronormado que me ve como un objeto.  Cada quien sabe lo que hace y cómo se siente con ello.  Un par de veces estando ebria  he jurado que bailé como las diosas cuando en verdad hice un reverendo ridículo pero no por eso  me he sentido “una bellaca más acicalá  perreando  hasta la baldosa”.
Por supuesto que reconozco la calidad vocal de muchos cantantes célebres a nivel mundial y sé distinguir cuando hay talento y cuando no. Claramente no hay punto de comparación entre ellos y los mayores exponentes del género aludido. Sin embargo, no se puede desconocer que hoy en día con tantos avances tecnológicos lo que se premia  es la producción más que la calidad de la música y en ese sentido quiéranlo o no, el reggaetón es lo que más vende.
No es mi afán generalizar y pretender que a todo el mundo le guste el “reggaetón” pues claramente debe haber personas a quienes en verdad no les agrada. Tampoco busco criticar a aquellos que despotrican en contra de esta música porque yo misma estuve en ese lado de la moneda alguna vez, por quedar bien, claro; por ese estúpido miedo que tienen muchos al “qué dirán”. Afortunadamente maduré y aprendí a ser honesta primero conmigo misma.  Lo que en verdad me molesta es que lo nieguen cuando efectivamente en algún momento lo han disfrutado.
 Lo más probable es que muchos de ustedes han escuchado y coreado a todo pulmón este ritmo en la ducha, han fantaseado frente al espejo o han ido conduciendo su automóvil con los vidrios abajo  y con su equipo de sonido a todo lo que da creyéndose protagonistas de un video musical, pero claro, no son capaces de reconocerlo cuando están en “sociedad” ni gritarlo al mundo entero y no los culpo, es parte del reconocido doble estándar chileno al que me he referido en otras oportunidades. Bienvenidos a Chile, el país de las apariencias, donde eres más “bacán” si tienes un estándar de vida en lo cultural y económico más alto que el resto, el cual demuestras vanagloriándote de lo que comes, de dónde vacacionas, dónde tomas un simple café, qué auto tienes y qué estilo musical escuchas o al menos, el que aparentas seguir;  y después se llenan la boca hablando de la igualdad, en fin.
De seguro más de alguno se siente ofendido con mis palabras pero es mi apreciación, ¡con respeto! claro.  De todas formas ¿Cómo se me ocurre pensar esto si obviamente no cabría en sus mentes  intelectuales caer tan bajo?  Pero bueno, en gustos no hay nada escrito y en temas artísticos con mayor razón.   La verdad es que me paso de mal hablada  con justa razón, claramente su bagaje musical debe estar plagado de melodías clásicas, mínimo la colección completa de Beethoven o Mozart solo por nombrar algunos.
Vamos, no seamos graves.  No vas a ser menos intelectual o respetable cuando al escuchar una canción “oreja” tu cuerpo pase a emanciparse de tu cabeza al automáticamente ponerte a bailar.  Al  menos yo no me siento menos “señorita”, digna o empoderada por caer ante la tentación de menear mi esqueleto al ritmo del clásico “gasolina” o el repetido “despacito” de Luis Fonsi. Además la ropa, la apariencia y la música no te definen; si fuera por eso  no se verían metaleros con globos y peluches en las calles para los 14 de febrero o el “reggae” sería solo para quienes consumen marihuana y la ven como un estilo de vida;  a mí me encanta ese género y no soy muy amiga de la "bless” que digamos.
No obstante la ironía anterior, lamento tirarles por la borda su visión segura de sí mismos pues las cifras hablan por sí solas. No soy yo, créanme. Lo afirma la versión pagada de “Spotify”, esa que no te limita a escuchar tu lista en modo aleatorio ni te obliga a aguantar cinco minutos de anuncios desagradables cada 20 sin interrupción de tus temas favoritos. Dejando de lado las bromas y centrándome en la realidad ¿Qué es lo que tiene este género que gusta tanto a una gran masa de personas aunque no lo reconozcan? Remontándonos a su origen, podemos decir que surgió de dos estilos musicales pegajosos e igual de populares como lo son el “reggae” jamaicano y  el “hip hop” estadounidense, comenzando en Panamá y adquiriendo mayor desarrollo en Puerto Rico en la década de los 90.  Con esto, resulta fácil entender que la fusión entre estos ritmos tendría un prometedor augurio.
Recordemos que  a Chile llegó hace unos 17 años a arrasar con las discotecas y a  arrebatarle el trono al en ese entonces popularísimo ritmo “Axé” que revolucionó, sobre todo, a los adolescentes de la época; tanto que los millenials como yo nos sabíamos todas sus coreografías aprendidas del famoso y extinto programa juvenil “Mekano” ¿Pero el “perreo”?  Definitivamente este ritmo ha superado todos los límites y llegó para quedarse indefinidamente. En vez de desaparecer de manera paulatina  como otros ya lo han hecho,  ha ido  evolucionando en sus estilos y crece cada vez más cual si fuera una plaga.  El “trap”, por ejemplo,  que si bien nació hace unos 20 años influenciado igualmente por el hip hop, hoy ha tomado mucha fuerza principalmente por su volatilidad; el hecho de tener ritmos variados y una estética sombría sumado a sus letras cargadas de pandillas, drogas y excesos lo hace un género igualmente bullado.
                Es necesario enfatizar en que lamentablemente mi Chilito querido no es un país que se destaque por una industria musical muy próspera ni por contar con grandes sellos discográficos. Si bien contamos con artistas y cantantes destacados en la música popular, tampoco somos un país que desarrolle el folclore como México o Argentina, por ejemplo. Con suerte se puede escuchar música tradicional en fondas una vez año, donde por cierto reina el género del cual trata este artículo.  Es un tema cultural;  somos importadores de estilos y gustos y la música no es la excepción; siempre preferimos lo extranjero por sobre lo propio. No por nada dicen que “nadie es profeta en su propia tierra” y así lo prueba la historia con Gabriela Mistral, por ejemplo, quien recibió el Premio Nacional de Literatura cinco años después de ganar el Nobel. Mon Laferte, la ex chica rojo Montserrat Bustamante, por su parte, tuvo que echar raíces en la tierra del tequila y las rancheras para poder mostrar su verdadero estilo y sacarle partido a su voz y talento.
Antes de concluir, quiero recordar la polémica surgida hace unos meses por parte de algunos exponentes de reggaetón que protestaron en sus redes sociales por no haber sido nominados al Latin Grammy 2019 y la posterior burla de algunos cantantes nacionales que respondieron con memes denostando la calidad de estos artistas con mensajes como “con autotune no hay Grammy”., por ejemplo. Independiente de que tengan razón respecto a la calidad vocal, no es grato que entre ellos mismos se miren en menos.  Además, duela a quien le duela son más exitosos, populares y famosos que muchos de los que se han mofado. Una por otra.
No se puede negar que el  gusto por esta música es transversal a pesar de que muchos renieguen de ello. Si bien tiene un origen en sectores marginales hoy llega a todos por igual y hay que aceptarlo. Por mi parte tengo reparos en que niños pequeños que muchas veces no entienden lo que dicen las canciones pero se las saben de memoria, tengan acceso a letras y bailes erotizados antes de tiempo, pero ante un mundo globalizado y de fácil alcance a la tecnología e internet no es mucho lo que se puede hacer para controlarlo.
Como reflexión creo que “si no puedes contra ellos, úneteles”, es la consigna que han seguido muchos artistas populares que se han rendido ante el éxito del reggaetón y han visto es las colaboraciones oportunidades de dar un giro a sus carreras y aumentar sus ventas para mantenerse a la vanguardia y conservar su fama. Ricky Martin, Luis Fonsi, Shakira, Jessy y Joy, Thalía e incluso Maroon 5  por nombrar algunos, han cedido ante el triunfo avasallador de este ritmo. Así como hay que aprender a vivir en sociedad y respetar formas de ser y de pensar muy variadas, habrá también que acostumbrarse  a convivir con estilos musicales distintos ya que en teoría aún tenemos democracia, así que a hacerse la idea de que el reggaetón que tanto odian pero igualmente prefieren al momento de elegir qué escuchar, reina en la actualidad, al menos que crean que “Spotify” también miente.